Asesina y rockstar

Adicta a la fama. Homicida y estrella de los medios. Asesina por las tardes y personalidad de televisión por los mediodías y las noches. Una mujer que aceptó sus asesinatos, pero seguía diciendo ser inocente; esta es Yiya Murano. Su muerte fue muy contraria a su vida. Yiya Murano falleció a los 83 años de edad en un viejo geriátrico del barrio bonaerense de Belgrano. Por si fuera poco, la familia lo mantuvo en secreto cuanto pudo. Muy por el contrario, su vida fue la de una mujer que quería la fama y el dinero. Si Murano supiera que murió en total desconocimiento público, seguramente volvería de entre los muertos para darle un té con masitas a sus “seres queridos”. “La envenenadora de Montserrat”. Una hija de puta. Cayó presa dos veces antes de fallecer a los 83 años en un geriátrico de Belgrano. Jamás se supo con exactitud a cuántas personas asesinó. La cámara N*3 del crimen la imputó por el homicidio de tres mujeres en 1985. Sin embargo, se fugó de la cárcel y desapareció del ojo público hasta que Martín, su hijo, la encontró y delató. “Muchas madres lloran por un buen hijo muerto. Yo lloro un mal hijo en vida”. Así declaró María Murano en Telefe. Su hijo, Martín, hoy en día es escritor y en una nota que hizo con “Filo News” contó que la ambición de su madre afectó a todos quienes la rodeaban. “Estuvo presa, acusada de haber matado a tres amigas”, así fue recibida por la voz que anuncia a los invitados a la mesa más conocida de la Argentina. Mirtha la llevó a un programa suyo y allí, Yiya, le convidó muy amablemente unas masas secas que había cocinado. Yiya fue una asesina. Antes de serlo fue una mujer de clase alta de la Ciudad de Buenos Aires. Muy mal educada por sus padres, quienes le inculcaron el buscar a alguien que la pueda mantener. De esta forma, se casó infelizmente con un abogado de gran poder adquisitivo. Murano cayó en la codicia por allá en 1979, cuando se lanzó el plan de bicicleta financiera; es decir los plazos fijos. María tenía plata, no le sobraba, pero estaba bien. Sin embargo, quería más y más. Ella, cual insulinodependiente, comenzó a necesitar desesperadamente demostrar una forma de vida que no tenía y quería obtener más dinero, mayor estatus. Le pedía plata a amigas y conocidas, les prometía devolverles la cantidad más interés por la tardanza. Sin embargo, cuando finalmente iban a pedirle el dinero ella las invitaba a una última merienda. Cianuro. Un potente veneno; Sal del ácido cianhídrico. En las masitas o en el té. Era literalmente una última cena o comida, puesto que las invitaba para devolverles el dinero y terminaba por asesinarlas a sangre fría. Luego de ello, se encargaba de infiltrarse en las casas de las fallecidas para incinerar los pagarés firmados. “¿Otra vez a mí?”, sollozaba cuando la llamaban para contarle sobre el fallecimiento de una amiga a la que ella había asesinado. Falleció en 2014, no se supo cuál fue la causa. Lo que sí se sabe es que la familia lo ocultó cuanto pudo. En su lápida, su nombre se había acortado para que nadie supiera realmente lo sucedido. Con el tiempo se convirtió en un mito, una leyenda y una celebridad. La gente le pedía fotos en la calle y autógrafos. Las productoras la invitaban a los programas para grabar en vivo e incluso se filmaron series y películas sobre ella. Solo en Argentina podría suceder algo así. Solo nosotros, los humanos, podríamos convertir en producto a una homicida que dijo querer ser recordada como “una adorable criatura”…

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